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  • Foto del escritorMónica Rivas

En defensa del error


Reconocer nuestros errores puede ser horroroso, desconcertante, divertido, embarazoso, traumático, placentero o esclarecedor, y puede cambiarle a uno la vida, unas veces para mal y otras para bien. Si creemos que la verdad no es necesariamente fija y cognoscible y que la mente humana no es el espejo de la realidad, el error es explicable y aceptable, y de él brota el discernimiento (…).


Sin embargo, no existe ninguna experiencia de equivocarse, sino la de darse cuenta de que uno está equivocado (es como el Coyote del Correcaminos cuando ya ha saltado el precipicio pero aún no ha mirado hacia abajo). Por el contrario, estar equivocado sí que produce una sensación: la sensación de estar en lo cierto. Este es el problema de la ceguera al error. (...) Si presuponemos que quienes se equivocan son ignorantes, idiotas o malvados... entonces no hay que sorprenderse si preferimos no afrontar la posibilidad del error en nosotros mismos. (…)


La certidumbre es tóxica para los cambios de perspectiva. Si la imaginación es lo que nos permite concebir y disfrutar historias diferentes de la nuestra, y si la empatía es el acto de tomar en serio las historias de los demás, la certeza embota o destruye ambas cualidades. (…) Cuando estamos atrapados en nuestras propias convicciones, las historias de los demás —es decir, los demás— dejan de importarnos. Así pues, la certeza es letal para dos de nuestras cualidades más redentoras y humanas: la imaginación y la empatía. (...)


Nuestra antipatía a la duda es una especie de agorafobia emocional: la incertidumbre nos deja varados en un universo que es demasiado grande, demasiado abierto, demasiado mal definido.(…) Donde la certeza nos tranquiliza con respuestas, la duda nos confronta con preguntas, en relación no solamente con nuestro futuro sino también con nuestro pasado: las decisiones que tomamos, las creencias que sustentamos, las personas y grupos a quienes ofrecimos lealtad, la manera misma en que hemos vivido. (...)


La capacidad para tolerar el error depende de nuestra capacidad para tolerar la emoción (…) A veces estamos demasiado agotados o demasiado tristes o demasiado fuera de nuestro elemento para arriesgarnos a sentirnos peor (o incluso a sentir más), de modo que, por el contrario, nos ponemos tercos, o a la defensiva, o francamente mezquinos. (…) Como todas las capacidades, viene de dentro de nosotros, y como tal a nosotros nos incumbe cultivarla o desatenderla. Generalmente optamos por desatenderla, lo cual es el motivo de que la relación típica con el error se caracterice por la distancia y la actitud defensiva. (...)


SIn embargo, conviene hacer una puntualización respecto del error médico. Todas las sociedades funcionan sobre la base de la pericia repartida y todos nos fiamos de otros en áreas en las que nuestro conocimiento es insuficiente. (…) La tradicional reacción de la profesión médica ante los errores cometidos sobre sus pacientes a lo largo de la historia, en buena medida, ha supuesto evasión, ofuscación, minimización, actitud defensiva y negación.(…) Si un médico no reconoce que ha cometido equivocaciones, nunca eliminará la probabilidad de que vuelva a haberlas. (…)


La historia de cada persona—como la historia de la ciencia y de la humanidad— está salpicada de teorías desechadas.(…). El hecho de reconocer que uno se ha equivocado abre la puerta a sacar lo mejor de uno mismo.


«Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. Y usted, señor, ¿qué hace?».

John Maynard Keynes


En defensa del error. Un ensayo sobre el arte de equivocarse, Kathryn Shulz

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