“Gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me ha dado la risa y me ha dado el llanto”
Violeta Parra
Una de las cosas que más me ha sorprendido durante mi aprendizaje Mindfulness ha sido el gran poder transformador que ha tenido en mi visión de la vida el simple hecho de dar gracias. Tras meditar y escribir la reflexión que me tocaba hacer cada noche durante cuarenta días, agradecía a algo o alguien concreto lo que mi corazón sentía en ese momento, terminando siempre con un “gracias a la vida”.
Tras esa transformadora cuarentena, acabé interiorizando el hecho de apreciar todo lo que la vida me ha dado, incluidas las crisis y sus aprendizajes.
He comprendido el error que supone dar por sentado que todo lo bueno que me rodea seguirá estando siempre ahí; he sido consciente de lo afortunada que soy y de lo absurdas que pueden llegar a ser algunas de mis quejas.
He comprobado asombrada cómo al centrar mi atención puedo conseguir cambiar mi configuración por defecto, la que genéticamente me ha preparado para detectar las amenazas y que, demasiado a menudo, me ha hecho olvidar todo lo bueno que hay en mi vida.
MI PROPUESTA: Al final del día da gracias a lo que tu corazón sienta que debe agradecer. Al menos al principio puede ayudarte escribirlo, incluyendo entre tus agradecimientos un “gracias a la vida”. Prueba a hacerlo durante un tiempo, hasta que notes que el sentimiento de gratitud se ha instalado en ti. No descartes que un día también agradezcas aquello que hoy te parece un problema. Da gracias también en tu día a día a la gente que te rodea, a ti mismo, a los desconocidos que te ofrecen sus servicios. Hazlo de corazón y, si puede ser, regalando tu sonrisa.