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  • Foto del escritorMónica Rivas

En pugna con la entropía

La vida es pura armonía, siempre en pugna continua con la entropía, pero armonía al fin y al cabo, y toda ella es necesaria para organizar la multitud de reacciones bioquímicas que acontecen en nuestro mundo minúsculo. (…) La segunda ley de la termodinámica también se aplica a esa masa gelatinosa de color gris que tiembla en nuestra cabeza. Inevitablemente, la entropía psíquica hace que tendamos de manera natural hacia la autocrítica y el pesimismo, o hacia la cuidada y persistente elaboración de pensamientos oscuros (…)


La maravillosa transición del cerebro animal a la mente humana se produjo en un tiempo en el que las circunstancias ambientales eran muy distintas a las actuales (…) y lo esencial para sobrevivir no era recrearse en los momentos agradables o en la contemplación de la naturaleza, sino detectar con diligencia y prontitud las amenazas y los peligros de la vida cotidiana (…) Así, en la adolescencia de nuestra especie, tuvimos que aprender que el cerebro pone la supervivencia por delante de la felicidad. (...)


La felicidad es un proceso emocional complejo y dinámico, difícil de sostener en el tiempo y cuya pérdida no puede atribuirse en exclusiva a la acción de un gen concreto, o a un cambio epigenético particular, o a una alteración en nuestro microbioma, o a una variación sutil en los niveles de un cierto neurotransmisor o de una determinada hormona, o a un execrable abuso sufrido en la infancia, o a un insoportable trauma de la adolescencia, o a una infinita decepción de la edad adulta. Todos somos seres especiales y únicos. Cada uno de nosotros es una colección personal de éxitos evolutivos que viene al planeta como una hoja prácticamente en blanco en la que cabe el universo entero. (…)


Hablar de felicidad es fácil cuando casi todo te ha ido bien en la vida, pero la visión que puedes ofrecer es obligatoriamente limitada. Cuando de pronto la vida te secuestra en su lado más oscuro, se amplía tu foco y entonces comprendes mucho mejor lo que representa la ausencia de felicidad. (…)


Cualquier error nos cuesta la felicidad, porque la sociedad se dedica a analizarlo (a menudo superficialmente), y luego lo critica, lo amplifica y lo viraliza. Es un juego perverso y universal; toda imperfección se considera un fracaso, y la presión exterior, habitualmente ejercida por seres tóxicos aún más imperfectos que nosotros, acaba por aplastarnos. (…) Entramos así en una agotadora espiral de perfeccionismo y ejemplaridad en la que, si además tienes algún don, parece que se te impone la cruel obligación de llevarlo hasta el límite de la perfección. (…)


Una de las premisas fundamentales de mi idea de la felicidad es que, habiendo aceptado mis imperfecciones, nunca aspiré a ser el mejor en nada y solo quise disfrutar de las pequeñas cosas de la vida en un lugar bello y discreto (…) Además, y de nuevo asumiendo mis imperfecciones, nunca me comparé con nadie, al contrario: procuré rodearme de la gente más inteligente y más bondadosa posible para intentar aprender de todos ellos. La comparación con los demás es para muchos la mejor receta para envenenarse uno solo. (…)


La práctica continua y disciplinada de actividades como la meditación en cualquiera de sus modalidades cambia los patrones de expresión génica, reduce la respuesta inflamatoria crónica, incrementa la neuroplasticidad, mejora el sistema inmunológico y nos coloca en una situación más favorable a la hora de afrontar daños emocionales que parecen incompatibles con el disfrute de la felicidad. (…)  algunos de los grandes logros de la humanidad han sido obra de personas que creían haber tocado fondo y que, afligidas por un sufrimiento terrible, no tuvieron otra opción que agacharse a recoger los pedazos de su alma y reconstruir su vida. (…) La gran ventaja de tocar fondo es que puedes sentarte allí abajo, meditar con serenidad sobre el problema que te llevó a ese lugar y sobre las maneras de afrontarlo, y después repetir un mantra que descubrí en las bolsas de papel que ofrecen los aviones: «Respira, ya pasará». (…)


Algunos Homo sapiens encuentran el sentido de su existencia en el amor o en la familia; otros en el éxito profesional, o en el compromiso social, o en la espiritualidad, o en la religión, o en la apreciación de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones naturales, creadas o inventadas, o en la superación de retos personales, físicos o intelectuales, o simplemente en el cultivo del placer sensorial. (…) No despreciemos o infravaloremos el propósito de los demás, por muy distinto que sea del nuestro. Son construcciones mentales que nos ayudan a sobrevivir, aunque no todas equivalgan siempre a una mayor felicidad. (...)


Los avances científicos y tecnológicos solo tienen verdadero sentido si se interpretan bajo un prisma humanista que permita asegurar que el objetivo final no sea otro que el de mejorar la vida humana. (…) Podríamos llegar a impulsar el progreso del Homo sapiens hacia territorios en los que el nivel de insatisfacción, de infelicidad o de ruido mental sea menor que el actual.


"La vida en cuatro letras: Claves para entender la diversidad, la enfermedad y la felicidad", Carlos López Otín


 

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