En la edad madura, a medida que iba adquiriendo una mayor consciencia, me he movido hacia donde he ido sintiendo que conseguía ser más yo mismo, buscando el sitio en el que me encontraba más a gusto. En este proceso de cambio me he enfrentado a tres obstáculos fundamentales:
- El primero, la idea que tenía sobre mí mismo, sobre lo que debía ser o hacer según lo que yo pensaba que me caracterizaba: hijo, padre, hermano, economista, empresario, ejecutivo, máster....
- El segundo, lo que otros pensaban que yo debía ser y a lo que debía responder como un buen chico para no decepcionar a nadie, en especial a mi familia o a mis amigos.
- El tercero, el que ahora me suena más absurdo y que no por ello me ha resultado menos difícil de superar, lo que yo creía que los demás pensaban de mí, es decir, la imagen con la que yo suponía que tenía que cumplir.
He peleado, y todavía sigo haciéndolo aunque ya sin tanta intensidad, contra todas esas caracterizaciones, imágenes, construcciones mentales, ‘tengo-que’; contra esos absolutos que me encajonaban, me limitaban, me aprisionaban y, sobre todo, me troceaban. En definitiva, contra todos los personajes que me impedían ser más persona, más el yo que quería descubrir (...)
Hoy veo mis éxitos y decepciones como parte de un aprendizaje, el de ser humano. Puedo fallar en los distintos papeles que se me han adjudicado y que yo mismo he elegido. Cada vez me resulta menos frustrante. Mientras trate de cumplir con artificiales expectativas de los demás o de mí mismo, y por mucho que lo consiga, nunca estaré satisfecho. En lo que no me permito fracasar es en lo que he identificado como el propósito de mi existencia: ser cada día más humano y así reconocer al humano que hay en cada uno de vosotros.
Juan Perea, "Ser más humano, lo único en lo que no se puede fracasar", El Confidencial (18/11/11)